Pablo Travasos
Al plantear esta entrada sobre “la memoria” quiero de hablar de magdalenas. Bueno, de LA magdalena. Porque la de Proust es LA MAGDALENA. Todo en mayúsculas. Por la descripción del sentimiento individual y auténtico de Proust al saborear su magdalena, cuyo sabor hace que todo aquel que haya leído Por el camino de Swann se sienta identificado de algún modo y rememore su propia infancia. Llegar a lo universal desde lo particular o lo cotidiano es algo al alcance de muy pocos, pero son esos pocos los que nos abren puertas de pensamiento al resto de mortales. Y en este blog, naturalmente, queremos probar si existe alguna relación con el pomo de la puerta de la conservación-restauración.
«En el mismo instante en que ese sorbo de té mezclando con sabor a pastel tocó mi paladar… el recuerdo se hizo presente. Era el mismo sabor de aquella magdalena que mi tía me daba los sábados por la mañana. Tan pronto reconocí los sabores de aquella magdalena… apareció la casa gris y su fachada, y con la casa la ciudad, la plaza a la que se me enviaba antes del mediodía, sus calles…»
Marcel Proust
Si pensamos en la revalorización que logra el parisino de algo tan cotidiano como una magdalena, quizás nos demos cuenta de que pueden existir otros elementos en el ámbito profesional que también pasen inadvertidos ante nuestros ojos aunque tengan un gran potencial. Desde hace tiempo vengo madurando la idea de que las memorias o informes finales de nuestras intervenciones han de ser valoradas no tan solo como herramientas de trabajo, sino como piezas creativas fruto de nuestro intelecto, esfuerzo e investigación. La renuncia a nuestro genio creador para estar al servicio de la recuperación de la pieza en muchos casos implica un gran esfuerzo de autocensura. La peor de todas las censuras.
Puede que un esfuerzo mental de experimentación logre generar esa sensación de individualidad auténtica al entregar un informe final propio que, aparente o formalmente –y volviendo al paralelismo con Proust- puede ser similar al resto de memorias por los cánones prestablecidos desde el ámbito académico e institucional. Como una magdalena se parece a otra, sí, pero también como las maravillosas sensaciones de la magdalena de Proust se diferencia de las extraordinarias sensaciones de cada uno de nosotros. En otras palabras, atravesar la epidermis de funcionalidad del informe como se hizo en el ámbito artístico con muchos bocetos de grandes artistas hace ya siglos para valorarlos en su justa medida. Porque no podemos olvidar que, a pesar de los esfuerzos por crear estándares de conservación comunes desde hace décadas con cierta vocación global, los expertos aciertan al señalar la importancia de abordar el estudio de cada objeto de forma pormenorizada en relación a la colección. Esa especificación, que dificulta a su vez nuestra capacidad de comprensión y de intervención sobre el estado de conservación de las piezas, se presenta como un vasto campo inexplorado esperando nuestras aportaciones particulares. Nuestra impronta. En definitiva, dejar de desear ser el “perfecto” restaurador invisible también en unos asépticos informes que son nuestro legado y creación más allá de los límites del lienzo o de la pieza en cuestión. Creación de nuestro intelecto, de nuestra mente y de nuestra imaginación, algo tan valioso como la pintura que adoramos. Sí, CREACIÓN en la conservación-restauración, porque, en definitiva, ¿quién puede aspirar a ser invisible en un mundo como el que vivimos?
Esta idea, abocetada, surge de las vivencias en este blog. El hecho de que durante estos meses nos hayan honrado con su lectura miles de personas nos ha brindado la posibilidad de conocer gente maravillosa, pero también la de alejarnos de lo que queremos ser. En esta línea, se nos presentó la posibilidad de participar en la difusión de una memoria tipo, formal y estéticamente preestablecida por la empresa “franquiciadora”, que nos imponía su imagen de marca limitando nuestra capacidad de trabajo y de potenciar nuestra propia figura como responsables de todo el trabajo. Es decir, relegarnos al papel de operarios. Esto nos sirvió para darnos cuenta de la debilidad del conservador-restaurador independiente que no se puede resguardar bajo el paraguas de una gran institución y de sus posibilidades. Ni de su imagen o marca. Por razones éticas, por inconscientes o por ilusos, dejamos pasar la oportunidad de sacar un rédito a este blog por seguir defendiendo lo que queríamos ser: algo tan simple como personas íntegras e independientes. No sabemos qué nos deparará el futuro. Si surgirán otras oportunidades. Si esta idea es acertada o hará rasgarse las vestiduras a los radicales de la conservación. Pero nosotros vamos a seguir con la misma ilusión preparando cada trabajo como si fuera único. Y tened claro que lo son, sencillamente porque son nuestros. Diferentes al resto. Nuestras magdalenas.
Pablo
Pues sí, porque parece que el hábito de conservador-restaurador nos convierta en máquinas en vez de seguir siendo seres humanos.
Al estudiar una pieza para aplicar después nuestro criterio de intervención; sentimos, fluyen en nosotros las emociones estéticas e intelectuales hasta el último punto de ese informe.
Y la tendencia es «autocensurar» dicho placer en pos de la mecanizada e impersonal memoria… Memoria… ¿Qué paradoja no?
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¡Muchas gracias por leer esta clase de textos! ¡Qué alegría ver cómo se generan nuevas reflexiones y pensamientos de nuestras locuras! 🙂
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locuras dices… E. Allan Poe definió la locura como «lo sublime de la inteligencia».
No dejéis de escribir 😉
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