Javi F. Blázquez
Poneros en situación: entra una obra en nuestro taller, realizamos los análisis necesarios y la documentación idónea para plasmarlo posteriormente en nuestro informe técnico. Todos estos datos sabemos, como buenos profesionales, que nos ayudarán a pensar en el tratamiento que se le aplicará a la pieza. Es casi automático, vemos el daño y pensamos cómo podemos solucionarlo. Pero aunque sepamos cómo, dudamos a veces con qué material se trataría mejor.
En toda intervención que empezamos a afrontar, la elección de los materiales y tratamientos que se llevarán a cabo nos causan un debate interno que hace que analicemos los pros y los contras de éstos. ¿Tratamientos con materiales tradicionales o novedosos?¿qué nos interesa más?. Durante mi formación he tenido la ventaja de tener profesores que optan por técnicas de restauración con materiales tradicionales y otros profesores que dan un voto de confianza a estudios realizados con materiales novedosos y se atreven a probar, siempre con conocimiento de lo que hacen. Gracias a esta diversidad a día de hoy puedo decir que poseo conocimientos de materiales de conservación y restauración, tanto tradicionales como novedosos.
Muchas veces, a la hora de elegir los materiales con los que se van a efectuar los tratamientos tenemos en cuenta varios factores un tanto determinantes. Por un lado, el tiempo de intervención, ese lastre que siempre nos acompaña y que en multitud de ocasiones nos vuelve locos, nos da por llorar o por reír cual frenéticos. Otro factor es la reversibilidad del material, muy importante en nuestra profesión, ya que el uso de materiales reversibles es un criterio que siempre llevamos con nosotros. También nos fijamos en cuanto de contrastado está un material, es decir, si funciona correctamente o no según el uso que le queramos dar. Una lista de condicionantes que, bajo mi punto de vista, debería primar siempre la salud del conservador-restaurador, aunque eso pocas veces sucede, somos demasiados altruistas -o masoquistas-.
Y si de salud hablamos, recuerdo lo aprendido con Paolo Cremonesi y con sus fórmulas inocuas de las cuales a través de la gelificación de disolventes y emulsiones no sacrificábamos apenas nuestra integridad física. También los jabones de Richard Wolbers nos ofrecen una garantía al interactuar con ciertos disolventes de alta toxicidad. Son materiales novedosos que otorgan al conservador-restaurador una seguridad a la hora de realizar un tratamiento. Pero esto no quiere decir que todo lo tradicional sea peligroso, con Gemma Contreras Zamorano pude aprender -entre otras muchas cosas- el uso del almidón en las intervenciones del patrimonio documental y bibliográfico, un tratamiento alternativo a otros más nuevos y un tanto más perjudiciales.
Los años que avalan a los materiales son casi siempre cruciales cuando tenemos dudas en la elección. Este dato hace que el conservador-restaurador confíe tanto en lo tradicional, que no da la oportunidad a la nueva generación de productos, y por tanto, no se de a si mismo la oportunidad de renovarse, de aprender, de seguir creciendo profesionalmente, aun sabiendo que en el mundo de la conservación-restauración hay que estar actualizado gracias al aporte de las nuevas tecnologías y la ciencia que nos ayudan a crecer.
Al final la elección de los materiales es parecido a la elección de los criterios, el que más se ajuste a la obra y el que menos daño le proporcione suele ser el ideal. ¿Queremos realizar un reentelado a la gacha o con gel beva?¿podemos permitirnos materiales de precios desorbitados o preferimos ajustarnos al presupuesto?¿tenemos tiempo material para probar nuevos materiales en la obra a intervenir?¿tiempo o salud?. Un sin fin de cuestiones que portamos mentalmente y que, al final de la intervención, esperamos haber seleccionado correctamente por el bien de la obra.
Javi
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