Los barberos
Como sevillanos que somos, y profundamente andaluces, no podemos dejar pasar la oportunidad de celebrar y compartir con vosotros el día de Andalucía. Quizás nos hayamos dedicado a este mundo del arte, la historia y la cultura por ser hijos de esta tierra. Hijos como Lorca, Falla, María Zambrano, Juan Ramón Jiménez, Murillo, Carlos Cano, Romero de Torres, Blas Infante, Vicente Aleixandre, Góngora, Alberti, Camarón… o Picasso y Velázquez –porque uno deja de ser andaluz por irse fuera, y eso no lo explican los manuales de historia ni de arte-. Todos unos vagos grasssiosos, está claro. Pero como dice Jesús Bienvenido, este país sin el andaluz no es ni un cuarto de su historia, de su arte ni de su cultura.
Aquí están playas como las de Bolonia, Cuesta Maneli o la de Maro, parques naturales como Doñana que no necesitan presentación, fiestas y romerías interminables con unas tradiciones que colman los sentidos –y el estómago- de cualquiera… de hecho, creo que si Stendhal llega a pasar por Andalucía antes que por Florencia lo tenemos que ingresar en coma. En resumen, un sinfín de cosas que decir pero mejor que conozcáis por ustedes mismos porque, por encima de todo, siendo conscientes del tesoro que tenemos no nos queda más remedio que querer compartirlo y ser un pueblo acogedor y buen anfitrión. Ya lo pone en nuestra bandera: Andalucía, por sí, para España y la Humanidad.
Pero como esto es un blog de restauradores y para restauradores, queríamos celebrarlo compartiendo unas líneas de Bécquer que habla del alma que reside en ciertas cosas y el cuidado que se merecen para conservar su esencia y su sentido, y permitir que otros disfruten de los portentos y milagros que han llegado hasta nosotros. Y a eso nos dedicamos los restauradores y conservadores, ¿no?. Os dejamos con un sevillano y andaluz ilustre:
«Maese Pérez el organista
En Sevilla, en el mismo atrio de Santa Inés, y mientras esperaba a que comenzase la misa del gallo, oí esta tradición a una demandadera del convento.
Como era natural, después de oírla aguardé impaciente a que comenzara la ceremonia, ansioso de asistir a un prodigio.
Nada menos prodigioso, sin embargo, que el órgano de Santa Inés, ni nada más vulgar que los insulsos motetes con que nos regaló su organista aquella noche. Al salir de la misa no pude por menos de decirle a la demandadera con aire de burla:
-¿En qué consiste que el órgano de maese Pérez suene ahora tan mal?
-¡Toma –me contestó la vieja-, en que ése no es el suyo!
-¿No es el suyo?¿Pues qué ha sido de él?
-Se cayó a pedazos de puro viejo hace una porción de años.
-¿Y el alma del organista?
-No ha vuelto a aparecer desde que colocaron el que ahora le sustituye.
Si a alguno de mis lectores se le ocurriese hacerme la misma pregunta después de leer esta historia, ya sabe el porqué no se ha continuado el milagroso portento hasta nuestros días.»
Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)
¡Feliz día a todos!
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